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-¡Malaya! ¡Qué considerado es el niño! ¿Y cuándo se pasa las cuatro y las cinco horas en la casa de mi tía?
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-Hay un misterio que tú no comprendes.
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-Todo lo que usted dice, y todo lo que piensa son misterios, a pesar de que usted mismo ha dicho que nada de lo que es oscuro, secreto y misterioso le agrada. Yo los misterios que venero son los de la doctrina cristiana, y nada más.
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-Pues entonces te diré que hay una incógnita. Escucha, Manuela, para que no juzgues a los hombres con tanta temeridad, como lo acostumbran todas. Cuando se sale de la capital a hacer la guarnición a un pueblo pequeño, o ciudad, y lo mismo cuando se sale a mudar temperamento, hay que matar el tiempo de alguna manera agradable. Almuerza uno y lee un pedazo de novela, y le hace limpiar al muchacho las botas y los tiros de la silla de montar y el barro de los zamarros. ¿Y qué hace después con diez horas útiles que le sobran? Visitar.
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-¡No hay como saber las cosas a fondo! Ahora comprendo por qué fue que usted se estuvo donde Marta el día que yo me fui a hacer el mercado, desde las diez que almorzó hasta las cuatro que lo llamaron a comer.
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-Pero debes estar en que todo no fue visita, porque ese día leí varios capítulos de los Misterios de Londres, acostado sobre una barbacoa que tenía un junco, que conversaba a veces con tu tía Visitación, y que jugaba con el gato blanco, el cual no es entonado como este gato colorado de aquí, que se parece tanto a tu apasionado don Judas Tadeo. De manera que las seis horas no fueron todas destinadas al culto de Marta.
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-En eso tiene usted razón -dijo Manuela-, porque Marta, y mi tía, y el gato se relevaban para hacerle a usted la visita. Yo lo sé todo de una manera positiva. Usted se estuvo acostado encima de la cama del pan.
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-En eso de positivo no convengo, porque de una cuadra a otra varían enteramente las noticias.
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-Y como tuvieron que atenderle, el horno se enfrió, y se pasaron los sobones de leudos.
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-El testigo que no es idóneo no da certidumbre moral.
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-Y el pan se pintó ese día y se quedó sin alzar.
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-Y para todo esto, tiene la lógica sus reglas establecidas.
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-Y no fue tan poquita la pérdida, porque el amasijo no bajaba de dos arrobas.
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-De manera que el misterio está descubierto: la necesidad de matar el tiempo ha sido la causa de mis visitas a Marta.
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-¿Es decir que usted no ha tenido ningunos amores?
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-Puede ser que los haya tenido, pero ésa es una clase de fruta que se pasa como los anones.
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-Eso les sucede a los hombres 6 porque son muy veletas.
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-¿Y ustedes?
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-Nosotras somos constantes, yo por lo menos...
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-¿Constantes?
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-Sí.
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-Sabes que en el mundo haya alguna cosa que sea constante.
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-¡Eso sí, don Demóstenes!
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-¿Como qué cosa?
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-Como los que se quieren bien, y como tantas cosas.
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-Desengáñate, Manuela; todo lo que comienza acaba. Esta es una ley que lo comprende todo.
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-Pero no al amor, don Demóstenes, cuando es verdadero.
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-Al amor más que a todo, porque el amor es un edificio que está fundado sobre la arena.
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-¿Cómo sobre la arena?
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-Sobre las ilusiones, que por cierto no constituyen una base demasiado sólida.
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-¿Y luego el matrimonio perpetuo?
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-El matrimonio perpetuo ¿es bueno para alargar los días del amor?
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-¡De fuerza!
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-¿De fuerza? ¿Sabes tú que los grillos sirvan para quitarle al prisionero su amor a la libertad? No, Manuela, en esto de la indisolubilidad del matrimonio no han hecho los católicos otra cosa que aflojar las ligaduras del matrimonio por quererlas apretar demasiado. Para la perpetuidad del matrimonio se necesitaba que alguno de los papas hubiese expedido una bula estableciendo la perpetuidad del amor.
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-Entonces explíqueme usted qué cosa es amor.
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-El amor es una ciencia práctica que no se comprende por medio de definiciones. La constancia es el reverso del olvido, ¿y qué sentimiento hay que no se disminuya con el olvido? ¿Qué joven viuda conoces tú que vista de luto a los dos años de la pérdida del esposo? ¿Qué marido hay que a los seis meses llore por su esposa que feneció joven y llena de gracias? ¿En qué casa se siente al cabo de un año la despedida de un proscrito, lo mismo que el día que se le vio partir en medio de los sayones? Créeme Manuela: si existiera en realidad el siempre que es el Dorado de los amantes, la naturaleza no habría previsto los inconvenientes que traerían para los fines universales del amor los caprichos de algunos amantes, el celibatismo de los viudos y de los separados por algunos inconvenientes irremediables. De manera que la constancia habría sido en parte un inconveniente para el amor, y no te quede duda.
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-No, señor, no me queda duda, porque mi corazón está lleno de constancia -dijo Manuela poniéndose la mano encima del pecho.
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-Lleno de ilusiones, Manuela; porque en el mundo no hay nada constante, ni aun el mismo mundo. El piso de esta sala estuvo sirviendo de asiento al océano, según los fósiles que se encuentran en los ejidos de la parroquia; el polvo que tú arrastras del patio con la escoba y la tierra que las lluvias se llevan de tu huerta irán a formar nuevas costas en donde se cosecharán uvas y aceitunas, en vez de los tomates y el ají que se producen en esta parroquia. Y si esto sucede en un mundo compuesto de rocas, ¿qué no sucederá en un corazón compuesto de las fibras más delicadas de la constitución humana? La constancia está en oposición por otra parte con la alternabilidad, que es la perfección de nuestras instituciones. La constancia se opone al orden constitutivo de la naturaleza, que es de reproducción y aniquilamiento, y aniquilamiento y reproducción. El dolor se sigue al placer, y el placer al dolor; pero no hay quien se ría ni quien llore por un mes entero, sino que se intercalan las emociones, y éstas se apartan con los intermedios de la calma. Y se puede decir que todo va bien, porque éste es el orden establecido. ¿Qué haría yo con el dolor de esta espina dura que tengo en uno de mis dedos, si fuera un dolor constante? Y en verdad te digo que estoy desesperando.
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-¡A ver! -dijo Manuela, separándose 7 del umbral de la puerta y sentándose en la orilla de la hamaca.
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-¿No ves cómo tengo la yema del dedo?
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-Ahí tiene lo que se saca de sus cacerías. Es una espina de chonta. Tenga quieta la mano y verá como se la saco con la aguja.
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-Pero no me toques.
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-¡Tan flojos que son los hombres! Y temblando usted y moviéndose la hamaca no hay modo, porque lo pico.
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-Te ofrezco no moverme.
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Manuela comenzó a rodear la espina con la punta de la aguja, y sopló con su boca el dedo del enfermo. Don Demóstenes sufría la operación contemplando detenidamente el rostro de la cirujana.
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-¡Ay!
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-Está fuera -dijo Manuela-; ya verá qué pronto se alienta, porque yo tengo muy buena mano.
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-¡Magnífica! Mil gracias, por tus bondades.
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Manuela se quedó sentada en la hamaca con la mano puesta en la cara; triste, confusa y abatida.
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-¿Estás preocupada con la constancia? ¿O es que tienes alguna espina en el corazón? Confiésame la verdad -le dijo don Demóstenes a su interlocutora, después de un minuto de silencio.
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-Le protesto que yo le seré constante -respondió Manuela distraída.
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-¿A quién? -dijo don Demóstenes de pronto.
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A Dámaso, a mi novio. ¿No sabe que me voy a casar dentro de quince días, echándome esas cadenas tiránicas de que me habla?
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-Fundada en la virtud de la constancia, ¿no es esto?
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-Sí, don Demóstenes.
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-Y en la perpetuidad del amor, ¿no es esto?
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Volvió a quedarse callada Manuela; parecía que las palabras de su huésped le estaban dando mucho en qué pensar, a pesar de la fe que tenía en la constancia y en los auspicios de la perpetuidad del matrimonio católico, cuando vio entrar don Demóstenes a doña Patrocinio con una grande artesa de cedro en los brazos, y le dijo:
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-A ver, ¿qué nos dice usted de la cuestión de la constancia?
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-Yo no estoy sino por la cuestión de la chicha para las tiendas, porque de la tienda es de donde sale para mantener la familia. Pero a ver qué es lo que usted quiere que yo le diga.
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-Pues escuche, doña Patrocinio: la cuestión es ésta. ¿Siendo pasajero el amor se podrá fundar en él la unión del matrimonio con las cadenas de la perpetuidad?
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-¿Ahí no está Manuelita que le responda? Porque yo, le digo la verdad, tengo que revolver dos barriles de chicha, y el mazato se está pasando.
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-Manuela está corrida, ¿no la ve? Usted, como que tiene mundo y experiencia, nos puede decir si la institución del matrimonio católico indisoluble hasta la muerte no es contraria a la libertad; y si la separación con causas legales no sería muy conveniente; esto es, ven el permiso de contraer nuevas nupcias con nuevos consortes, porque lo contrario sería un disparate.
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-Siempre está usted con sus argumentos de religión y de libertad; lo mismo era don Alcibíades, y por esas sus conversas de los forasteros es que nos están acabando de echar a perder la parroquia.
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-Usted me quiere sacar a otra cuestión, doña Patrocinio, y la cuestión es la cuestión del matrimonio perpetuo.
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-Pues les diré lo que a mí me pasó -dijo la madre de Manuela colocando entre las flores y los papeles de la mesa grande su artesa de mazato. Yo viví hasta los diez y seis años al lado de mi señora madre muy honrada y muy sosegada, porque mi madre nos daba muy buena enseñanza a mí y a mis otras hermanas, y con sumo recogimiento porque mi padre no dejaba que las gentes nos tratasen poco más o menos; y esto del rezo y la confesión y de la misa iba todo como en casa de buenos católicos. En éstas y las otras nos conocimos con el difunto (que Dios tenga en el cielo) y nos tratamos, y él me pidió por esposa. Me casé con el consentimiento de mis padres, con las bendiciones de nuestra santa madre la Iglesia. A esta casa nos vinimos a vivir, que entonces no era nuestra, y hay que advertir que tanto el difunto como yo éramos pobres. Al año tuvimos a esta Manuelita, que se crió alentada y bella como una azucena, y no me dio qué hacer porque ni era enferma, ni era llorona. Trabajábamos como destajeros para poner casa propia y algunas finquitas, mi esposo con los tratos, yo con esta tienda que usted conoce. El pensar que la familia había de necesitar de una casa propia y surtida con los útiles necesarios, me hacía desvelar trabajando y ahorrando, y buscando de cuantas maneras yo podía. Después tuvimos a otro niño, que murió de las viruelas, después a Gabrielito, y ha de saber usted que Alejo a los tres años estaba cambiado en cuanto al cariño que al principio me tenía.
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-¿Lo oyes, Manuela? -dijo don Demóstenes.
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-Ya no me hacía los mismos cariños, ni se chanceaba conmigo lo mismo que antes: los cariños no eran sino para esta niña Manuelita, que era un dije de linda; mi marido hacía poco caso de mis quejas, y me burlaba, y en todos los desacuerdos sostenía que yo carecía de razón. Dio en jugar a la primera con mi cuñado Pacho, y me dejaba sola hasta las diez o las once, y casi siempre llegaba de mal humor; de modo que ya mi marido no era el mismo de cinco años antes.
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-¡Oído a la caja, niña Manuela!
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-Pero mi marido no había dejado de ser buen cristiano. Cumplía con los deberes de la Iglesia, y no daba escándalos en el pueblo, porque lo que fuere se ha de decir, porque por la verdad murió Nuestro Señor Jesucristo. A los seis años tuvimos a Pachita. Alejo no se rozaba conmigo, sino allá por un alicuando; pero yo sabía que sus cariños no eran sino para mis hijos; veía que se mataba trabajando para mis hijos, y él me veía cuidadosa con sus hijos y sujeta a mis obligaciones; enteramente consagrada a la casa por el amor de sus hijos, por cumplir con las obligaciones que me había echado encima desde el pie del altar, y yo me consolaba viendo que el amor no estaba perdido en nuestro matrimonio, sino repartido.
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-¡Oído a la caja, don Demóstenes! -dijo Manuela.
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-Porque es la verdad -continuó diciendo la señora Patrocinio-, que yo había pasado al estado de una clueca (y perdóneme la comparación), porque la clueca pierde el brillo de las plumas, abandona la compañía de las otras gallinas, se vuelve loca buscando el grano, y cuando lo encuentra se lo deja a los pollitos; la clueca se enflaquece, se pone fea y no cesa de estar vigilando los peligros de parte de los gatos, o los gavilanes, y el amor que le pierde al gallinero se lo pone a los pollitos. Yo procuraba cumplir con mis obligaciones de cristiana; Alejo era un hombre de muy buena conducta, mejorando lo presente; los bienes se iban aumentando, la familia crecía y se le enseñaba lo que se podía; pero ni yo ni Alejo le andábamos buscando salidas a la ley del matrimonio perpetuo: creo que era porque no nos faltaban virtudes.
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-Oído a la caja, don Demóstenes.
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-Así lo íbamos pasando, cuando sucedió la revolución del señor Melo, y cogieron a Alejo vendiendo unas dos cargas de arroz en la cabecera del cantón, se lo llevaron a Facatativá y le quitaron las dos mulitas. Yo lo fui a ver con Manuelita, y ese día nos volvimos locas de llorar, porque lo tenían encerrado en el cuartel, vestido con un saco de bayeta ordinaria y con un gorro también de bayeta; estaba flaco, ojerudo y triste como usted no se lo puede figurar. Apenas le permitieron hablar unas cuatro palabras con nosotras en la puerta del cuartel y se quedó llorando ¡Alma bendita! que me parece que lo veo, en la formación, cuando sacaron su batallón a la plaza...
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-Oído a la caja, don Demóstenes -dijo Manuela.
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-Yo me 8 vine para acá, y cuando volvimos a saber fue cuando nos dijeron que lo habían matado los constitucionales en el cuartel de San Agustín, en el asalto que dieron a la ciudad el 4 de diciembre de 1854.
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Manuela y doña Patrocinio lloraron; don Demóstenes se enterneció por el fin de esta relación, que era por cierto muy dolorosa; y después que doña Patrocinio se limpió los ojos, añadió:
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-Esto llaman libertad, señor don Demóstenes: dicen que todo va bien, y que tenemos un gobierno muy sabio, muy humanitario y muy republicano, que tenemos mucho progreso, y yo digo que así será. Y volviendo a nuestro asunto, le digo que don Alcibíades fue el que me dio las últimas noticias de Alejo, porque a sus pies 9 cayó muerto de un balazo en la frente, y supimos por boca de un desertor que inmediatamente después de la toma del cuartel, recogieron después del triunfo los vencedores a todos los muertos en carros y los llevaron a enterrar. Yo le mandé hacer aquí sus exequias. ¡Alma bendita de Alejo! Y lo que ha de ver usted es que Alejo había sido alcalde, tesorero, mayordomo de fábrica y síndico del distrito.
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-¡Yo fui uno de los que atacaron ese cuartel! ¡Qué cosas! Pero ir a defender don Alejo un partido revolucionario que se había pronunciado contra los principios radicales, esto me parece falta de republicanismo.
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-¿Pero no sabe usted que los cogen en las calles o en los mercados, los amarran o los aseguran entre la tropa y los llevan al matadero con el nombre de ciudadanos armados?
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Diciendo esto se fue doña Patrocinio a revolver la chicha, y don Demóstenes se quedó callado, meditando seguramente sobre alguna idea de la mayor importancia. Manuela lo miraba de hilo en hilo, sin atreverse a interrumpirle sus meditaciones; pero al fin le dijo:
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-¿Oyó, don Demóstenes? ¿Oyó todo lo que dijo mi mamá?
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-Desde luego. ¿Sabes que hasta ahora le encuentro una vislumbre de solución a la cuestión de la perpetuidad del matrimonio católico? Después de haber leído la Matilde, las cartas persianas y mis clásicos de la escuela social, ¿sabes que esas palabras de tu madre «el amor se había repartido», me han dado en qué pensar?
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-Y usted tampoco habrá metido en cuenta las virtudes, y ya le oyó decir a mi madre la parte que la virtud ocupa en el asunto.
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-Tu madre me ha iluminado.
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-Ya verá como ñuá Melchora y Pía y ñor Dimas le hacen conocer cosas mucho más importantes para el gobierno, que esas sus novelas que usted llama sociales, y sobre todo usted va a ganar mucho con haber visto cómo es el gobierno de la parroquia.
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-Por eso tengo intenciones de ir al congreso, porque he tenido algún estudio de las costumbres; pero necesito que tú me saques todos los votos de tu parroquia para senador de Bogotá, porque el año pasado fui representante por un pueblo de la costa, en donde los electores no me conocían ni aun por mi retrato.
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-Es lo más fácil; pero desde ahora le hago un encargo.
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-¿Qué cosa?
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-Una ley en favor de mi mamá y la familia.
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-¿No más?
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-No más.
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-¿Tajada?
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-Sí, señor.
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-Veamos cuál es la tajada de la niña Manuela.
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-Es ésta. Según la ley con que hacen ahora las elecciones, los ciudadanos vienen a votar siete veces aquí a la parroquia por congresistas, presidentes, cabildantes y todo lo demás. Pero los conservadores de las haciendas se van a empeñar para que las elecciones se hagan a gritos en la mitad de la plaza, y que esto se haga en un mismo día, y me tiene más cuenta que se sostenga la ley del voto universal, en los siete días, porque de este modo gastan los peones y arrendatarios que vienen desde dos o tres leguas, o de más cerca, siete veces la chicha, el aguardiente, el ajiaco y los tabacos; y con la ley de los conservadores no gastarían sino un solo día, esto es, de cuenta de las elecciones.
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-¿Y sabes que tu proyecto es el más patriótico? Porque como te dije en el zarzo de esta misma casa, el voto universal es para que tengan parte en la soberanía los criados, los soldados, los peones y los mendigos, porque de lo contrario no hay tal soberanía del pueblo, sino soberanía de la aristocracia y de la oligarquía; y el voto directo es para que no se pierda su virtud, la voluntad del elector, pasando de mano en mano, o de boca en boca por medio de apoderados. Y por lo que hace a los siete días diversos que designa la ley, eso ha sido con la mente de que se civilicen los ciudadanos, que se instruyan en sus derechos con el continuo roce de las cuestiones populares de la República, como los atenienses que vivían en la plaza haciendo leyes y decretando honores o proscripciones a los hombres más beneméritos de la patria.
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-No tendrían ni amos que servir con su trabajo personal ni matas que desherbar, ni roza que lorear, ni las mujeres tendrían gallinas que despulgar en la casa, para estarles llevando las ollitas de comida desde la estancia.
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-Ciertamente los atenienses tenían esclavos que trabajasen la tierra a su nombre, y lo mismo les sucedía a los romanos todo el tiempo que fueron republicanos. Bueno, Manuela: tendrás tu tajada, pero es menester que andes con mucha viveza para que no te ganen la elección los oligarcas.
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-¡Qué van a ganar! En todo este distrito parroquial nadie sabe qué cosa son las elecciones, ni para qué sirven, ni nadie vota si no le pagan o le ruegan o le mandan por medio de la autoridad de los dueños de tierras o del gobierno. Yo gastaré unas botellas de aguardiente, y con esto ganaré o compraré la mayor parte de los votos; deje usted y verá.
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A las doce del día sonó un alegre repique, seguido por una docena de cohetes que oyeron con sumo placer los estancieros de la parroquia. Era la víspera de la octava de Corpus, que celebra todos los años la república cristiana. Al mismo tiempo se estaban adornando las pilas, altares, lámparas y bosques por las personas que, con dos meses de anticipación, habían sido nombradas por el cura. Es preciso confesar que éste no procedió con acierto al escoger las personas que debían adornar las pilas; porque Manuela y Cecilia representaban los dos bandos políticos de la parroquia. El resultado fue que Dámaso tuvo parte en la obra de Manuela; que los manuelistas formaron de la pila el pendón de su partido; y, por lo mismo la pila de Cecilia se convirtió en la enseña del partido tadeísta.